Era domingo… por imbécil no pude dormir nada… en parte porque estaba arreglando mi estúpido iphone que tenía más de 4 meses sin funcionar debido a un mal chistecito de la Apple y su cerrazón para abrirlo a todas las telefónicas… pero en fin, el punto es que no pude dormir nada.
El lugar elegido para ver el partido fue “el cielito lindo” un bar pequeño en uno de los barrios más curiosos de Argentina; el barrio de Palermo. Desde temprano se instalaron las cámaras y las sillas para recibir a un promedio de 100 mexicanos que verían en dos pantallas el partido de México. La confianza estaba de nuestro lado, y todos augurábamos que “aún con pedos” pero si calificábamos… es más, varios ya imaginábamos las caras triunfantes con las que veríamos a todos los Argentinos que con una sonrisita burlona nos preguntaban sobre el partido desde hacía casi una semana.
Pero no… la dicha duraría poco…
Hubo botanida y cerveza gratis, por lo que a los 20 minutos yo ya tenía muchas ganas de ir al baño… un segundito no más, pensé ilusionado… y cuando regresé la magia se había ido y todos estaban mentando madres por el reciente gol de Argentina. La incertidumbre duró varios minutos y todos observábamos indignados como los jugadores reclamaban en vano a los árbitros por el grosero, INFAME fuera de lugar. Pero ni pedo, somos machos mexicanos y ese es siempre nuestra cruz… El punto es que regresamos muy desconcentrados al partido –si, los jugadores y los espectadores- y fue cuando sucedió la pendejada de Osorio… Ahí fue cuando valió verga la cosa.
El ánimo fue decayendo… hasta el medio tiempo. Ahí noté algo que me dio un chingo de orgullo y creo que nos caracteriza como mexicanos… tenemos una historia tan sufrida, tan madreada, y hemos sido humillados, vilipendiados, avergonzados y despreciados tantas veces en nuestra cultura… que un partido nos hace lo que el viento a Juárez…
Y entraron los mariachis al restaurante con los clásicos acordes iniciales de la Negrita de mis pesares (piquenle de favor y lean el siguiente parrafo con ese rolonon de fondo)... fue cuando se olvidó todo.
Un torrente de ánimo y fervor patrio, desde una tierra tan lejana inundó todo por unos instantes y estábamos pisando México… estábamos cantando sobre Garibaldi, comiendo una cochinita pibil en el Sur, un cabrito en el Norte, unos tacos callejeros en el DF. Estabamos en el Ángel, en la Minerva… estábamos tomandonos un tequila bueno, no las pendejadas que toman acá de “tequila”… estábamos vestidos de mariachis, de veracruzanos, traíamos sombrero norteño y caminábamos por las hermosas callejuelas históricas de Guanajuato, estábamos en los arcos de Querétaro, estábamos en Monterrey mirando el cerro de la silla o comiendo grillos afuera del mercado en Oaxaca…
Chingandonos un molito poblano y cantando en un palenque de Chente…
La magia ante los acordes de “México lindo y querido”, “El jarabe tapatío”, “El Rey” y “Cielito lindo” conmovieron a algunos hasta las lágrimas. La verdad los mexicanos estábamos más que contentos tomando cerveza, charlando y cantando. Al término de su quinta canción, uno de los mariachis, ante la petición popular de “el mariachi loco” recordó…
-Pero ya va a empezar el partido!
Y contestó un regio con el clásico tonito del norte…
-Y el partido que? A chingar a su madre! Toquen “el mariachi loco”!
Y la gente lo secundó!!… y mientras cantábamos y abarrotábamos el espacio donde estaban los mariachis, los pocos argentinos presentes se fueron a la otra pantalla en la cual se podía ver el partido en el cual la realidad televisiva les daba ventaja, pues aunque estábamos en su propio país, ellos en ese momento jugaban como visitantes.
El final ya lo conocen, festejamos el gol del Chicharo como si se fuera a acabar el mundo y los mexicanos salimos contentos… no del pésimo partido dado, sino de haber podido viajar a nuestra tierra por unas cuantas horas y estremecernos de imaginar lo lindo que es México.
¿Qué importaba un partido de fútbol cuando nos recordaron la vastedad de nuestra tierra hermosa?
Y si… aquí y en todas partes. ¡VIVA MÉXICO!
